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Hay una leyenda que cuenta cómo empezó la historia de Santa Caterina.

Hace muchos años un pastor de Torroella de Montgrí halló una imagen escondida entre los matorrales y rocas. El pueblo decidió que había que guardarla y venerarla en una capilla en el mismo sitio donde se había encontrado: la primera capilla. Al cabo de un tiempo desapareció la imagen y más tarde la encontraron un poco más arriba del camino. Deduciendo que Santa Caterina prefería estar en ese lugar más elevado le levantaron una segunda capilla.

Sea como fuere, la historia se vuelve a repetir. La imagen abandona su sitio y aparece más tarde todavía un poco más arriba. Se le vuelve a hacer una tercera capilla mayor que las demás para venerarla y guardarla. En una noche de tormenta cayó un rayo en la tercera capilla agujereando su techo. La imagen se marchó asustada dejando una huella en una roca. Al cabo de mucho tiempo la imagen vuelve a aparecer por casualidad en el «vall Gran». Se hizo una gran fiesta y se construyó una nueva capilla en aquel lugar recóndito y lejano, aislado entre montañas y junto a una fuente. Pasado cierto tiempo y viendo que Santa Caterina no se movía de ese paraíso, unos frailes de Montserrat construyeron una magnífica ermita. Y desde entonces se llama el valle de Santa Caterina.

Cuando el camino llega a la roca desnuda, encontramos un empedrado que nos acompaña hasta muy allá en dirección a la ermita de Santa Caterina. La duda es si sólo ha sido empedrado el pedazo que vemos ahora u ocupaba todo el camino hasta la ermita. El empedrado fue abierto a principios del siglo XVIII y parece que también participaron en su construcción soldados franceses acuartelados en Torroella.