Lisboa, de fundación incierta, fue municipio romano (Olisipo), formó parte de los reinos suevo y visigodo y en 714 la sometieron los musulmanes.
Los monarcas asturianos y leoneses la ocuparon temporalmente, y Alfonso I de Portugal la incorporó al reino de Portugal (1147), de la que alcanzó la capitalidad en tiempos de Alfonso III de Portugal.
Durante los siglos XV y XVI, gracias al comercio ultramarino, se convirtió en un activísimo centro económico: su puerto redistribuía en toda Europa los valiosos productos (especies, esclavos, oro, azúcar, etc.) de los establecimientos portugueses en África, Asia y América.
Después de un período de decadencia, en el siglo XVIII Lisboa tuvo una nueva época de esplendor, vinculada al oro brasileño.
Los franceses lo ocuparon en 1807, un año después la liberaron los ingleses, y durante los siguientes decenios fue un reducto del constitucionalismo. Se proclamó la república (1910), y durante el gobierno de Salazar, desde 1932, experimentó una renovación urbana. Esta actividad constructiva se reanudó durante el decenio de los noventa del siglo XX con motivo de la celebración de la Exposición Universal de Lisboa en 1998.