La centralización y la descentralización son dos procesos muy diferentes que pueden dar forma a un país de diferentes maneras.
En un estado centralizado, el proceso de toma de decisiones se convierte en responsabilidad de pocas personas y está en manos del gobierno central.
Un estado descentralizado busca la participación de autoridades locales y entidades gubernamentales.
Sin embargo, vale la pena señalar que un estado centralizado no es necesariamente un estado autoritario o despótico y, de la misma manera, un sistema descentralizado no necesariamente implica un mayor grado de participación pública. Ambos sistemas tienen ventajas y desventajas.
El proceso de centralización puede iniciarse por varias razones: algunos gobiernos creen que un mayor grado de control sobre el sistema político y económico del país puede generar crecimiento económico, orden y prosperidad. A la inversa, otros gobiernos inician el proceso de centralización para ejercer un mayor grado de control sobre la población y limitar las libertades locales y públicas.
El proceso de descentralización necesariamente conlleva una mayor autonomía local y regional, mientras que el poder del gobierno central puede reducirse ligeramente. La descentralización puede ser el resultado de una crisis política y económica, o puede basarse en políticas e intenciones explícitas.
Si pensamos en la eficiencia, podemos creer que un gobierno centralizado es capaz de tomar e implementar decisiones de una manera mucho más rápida, ya que el proceso burocrático es más corto y más rápido. Sin embargo, aunque las decisiones pueden tomarse más rápidamente, es posible que no se adapten a las necesidades de la población. A la inversa, en un estado descentralizado, los tomadores de decisiones están más cerca de la población en general y, por lo tanto, pueden identificar las necesidades regionales y locales, promoviendo así leyes y proyectos de ley más útiles y efectivos.