El Onyar es un río de la comarca del Gironès (Cataluña, España), afluente del Ter por la derecha.
Nace en los estribos nororientales de las Guilleries (montaña de Santa Bárbara, 854 metros) en el municipio de Brunyola (comarca de la Selva). Se hunde en el macizo, cambiando la dirección este que sigue, hasta pasado Brunyola, por la sureste (Vilobí de Onyar) ya en la depresión de la Selva.
Una vez en el fondo de la depresión el curso, vacilante, gira al noroeste en Riudellots de la Selva, hasta que gira decididamente al norte por Campllong. Pasa por Fornells de la Selva y Quart antes de entrar en Girona por Palau-sacosta, dejando la ciudad vieja a la derecha, y a la izquierda el ensanche y la ciudad nueva.
La confluencia con el Ter tiene lugar, pasado el antiguo molino de Pedret, junto a la Devesa. La cuenca alta escurre los terrenos graníticos y metamórficos de las Guilleries, bien regados. La cuenca media era regulada en tiempos de lluvias por el antiguo estanque de Sils, actualmente desaguado por rieras de la cuenca del Tordera que, con el nivel de base más bajo, tienen más fuerza erosiva y han capturado el sector más meridional de la cuenca del Onyar, donde el Paleozoico es recubierto por los depósitos pliocénicos de la Depresión Prelitoral.
El Onyar recibe aguas abajo las rieras de Bonaula, de Verneda con la de Gotarra, de Bugantó (o de Castellar), de Saleres (o de Quart) y de Palol, todas por la derecha, procedentes de la Cordillera Litoral, sobre todo de las Gavarres, punteadas de manantiales.
El curso bajo, que se inicia en el desfiladero de Montilivi, en la entrada de Girona, es breve pero recibía los dos afluentes principales: el Galligants por la derecha, y el más caudaloso, el Güell, por la izquierda, hasta la llegada del ferrocarril de Barcelona (1862). Entonces se construyó un terraplén (eliminado en 1973) que ha hecho desaguar al Güell directamente en el Ter.
La confluencia en Girona de los cuatro ríos (Ter y Onyar con el Galligants y el Güell) ha originado en la ciudad una serie de problemas cuando las aguas iban demasiado bajas (sequía, epidemias por falta de drenaje urbano) o demasiado altas; más de cuarenta aguaceros entre mediados del XIV y 1861, la mayoría en otoño, así como los más recientes en el siglo XX.