El progreso social y político se puede lograr de dos maneras: mediante reformas frecuentes o mediante cambios radicales. La quietud política y la falta de cambios conducen a la infelicidad y el descontento entre las masas, que inevitablemente demandan mejoras. Las reformas y las revoluciones son las dos formas en que se pueden lograr esas mejoras, pero son muy diferentes entre sí.
Una reforma apunta a mejorar el status quo modificando leyes, políticas y prácticas, mientras que una revolución apunta a derrocar completamente el status quo, eliminando el orden existente y restableciendo un sistema nuevo y mejorado.
En el caso de una reforma, el cambio se produce gradualmente, no existe una interrupción drástica del sistema político existente, lo que permite a los ciudadanos adaptarse a los cambios de una manera más fácil y que todos los grupos sociales avancen de manera cohesiva. Por el contrario, una revolución es un cambio drástico y repentino que a menudo tiene reacciones violentas en los grupos sociales.
Las reformas son reversibles mientras que una revolución no lo es. Por ejemplo, varios partidos políticos a menudo anulan decisiones y políticas implementadas por sus antecesores, lo que subyace a la reversibilidad de reformas pacíficas y progresistas.Por el contrario, una vez que el orden político, económico y social existente ha sido derrocado a través de una revolución violenta, no hay vuelta atrás y todos los cambios son permanentes.